Los casi 600.000 km2 que abarcan la Península Ibérica y las Islas Baleares conforman un área de gran diversidad en cuanto a clima, altitud, distribución del territorio y tipos de sustratos. La influencia oceánica en Galicia, el norte de Portugal y la cornisa cantábrica favorece la presencia de especies que requieren mucha humedad, debido a las abundantes precipitaciones, las temperaturas suaves y las heladas escasas o inexistentes. La aridez de la cuenca del Ebro y del sureste ibérico propicia especies con requerimientos bajos de agua, que soportan bien la sequedad ambiental, el calor y unas precipitaciones muy escasas e irregulares. Las grandes variaciones de temperatura (continentalidad) del interior peninsular benefician a especies austeras que aguantan mucho calor en verano y heladas en invierno, con una distribución de las lluvias muy concentrada en la primavera y el otoño. El aislamiento geográfico de la alta montaña y la insularidad balear han favorecido endemismos (especies exclusivas de estos medios). A esto hay que añadir la barrera pirenaica y las zonas costeras, que han hecho de la región un espacio más aislado que otros. Finalmente, la calidez de la cuenca del Guadalquivir propicia especies adaptadas a un clima en general seco, temperaturas más o menos suaves y heladas escasas.
El clima influye de forma natural en la distribución y presencia de la vegetación. Durante los últimos milenios se han dado variaciones que han afectado en mayor o menor medida al territorio, con periodos más fríos y abundancia de nieves y periodos más secos y áridos. Desde la última glaciación, hace unos 20.000 años, la retirada progresiva de los hielos favoreció la colonización vegetal. Las especies que hoy conocemos ya estaban diferenciadas y se fueron estableciendo en tres áreas principales:
Además, hay que tener en cuenta los cambios más locales o regionales que se dan por inundaciones, corrimientos de tierra, incendios provocados por rayos, terremotos, huracanes, etc.
Todas estas características hacen que la región se pueda comparar con un pequeño continente. En pocos kilómetros y en un espacio relativamente reducido encontramos una increíble variedad de unidades de paisaje y una gran diversidad ecológica, la mayor de Europa.
Además de los condicionantes naturales, la presencia humana también modifica el paisaje al explotar los recursos forestales. Por ejemplo, en un bosque el ser humano puede usar más una especie que otra y transformarlo en una estructura boscosa distinta, eliminando las plantas que pueden ser competidoras o no interesan (alcornocales para explotar el corcho, pinos resineros para extraer la resina, robles, encinas, quejigos, hayas, etc., para mantener dehesas ganaderas o para extraer carbón vegetal, etc.). Asimismo, la recuperación de zonas alteradas por la influencia humana no tiene por qué dirigirse hacia el estado original, sino que puede evolucionar hacia otras estructuras o equilibrios vegetales muy distintos. Un terreno en pendiente sufrirá más la erosión al perder su cobertura arbórea; y esta pérdida progresiva del suelo puede impedir el asentamiento del árbol dominante antes de su explotación, así como favorecer su colonización por otra especie más adaptada a las nuevas características del terreno.
Los árboles son el resultado de esa diversidad de influencias y actividades. Aunque las extensiones que ocupan son muy variables, podemos asignar un tipo de especie dominante a cada zona del territorio. Así, hablamos de encinares (Quercus ilex), alcornocales (Quercus suber), hayedos (Fagus sylvatica), castañares (Castanea sativa), pinares (gén. Pinus), robledales (Quercus petraea, Q. pubescens, Q. robur, Q. pyrenaica), quejigares (Q. canariensis, Q. faginea), abetales (Abies alba), pinsapares (Abies pinsapo) o sabinares albares (Juniperus thurifera).
Otras especies tienen áreas más restringidas o dispersas, formando pequeños bosquetes o apareciendo en bosques mixtos o en las zonas de transición de otras especies dominantes: madroños (Arbutus unedo), tejos (Taxus baccata), abedules (gén. Betula), enebros (Juniperus communis, J. oxycedrus), acebos (Ilex aquifolium), laureles (Laurus nobilis), loros (Prunus lusitanica), tilos (gén. Tilia), álamos temblones (Populus tremula), arces (gén. Acer), mostajos (gén. Sorbus), majuelos (gén. Crataegus), espinos cervales (Rhamnus cathartica), arraclanes (Frangula alnus), olmos de montaña (Ulmus glabra), olmos temblones (Ulmus laevis), etc. También existen especies asociadas a la humedad, que se distribuyen próximas a cursos de agua o niveles freáticos elevados: saucedas (gén. Salix), alisedas (Alnus glutinosa), alamedas y choperas (Populus alba, P. nigra), olmedas (Ulmus minor) o tarajales (gén. Tamarix).
Por último, podemos hablar de las especies introducidas o no autóctonas (alóctonas), que se han asilvestrado ocupando el nicho ecológico de especies oriundas, conviviendo con ellas o incluso desplazándolas (especies invasoras). El árbol del cielo (Ailanthus altissima) o el olmo siberiano (Ulmus pumila) aparecen en todo tipo de medios. Forman rodales que se extienden por semillas o por rebrotes de cepa y medran en cunetas, bordes de caminos, descampados, setos, jardines, escombreras e incluso en huecos de alcantarillas y edificios. Las diversas especies de acacias (gén. Acacia), algunas palmeras (gén. Phoenix), el pimentero falso (Schinus molle) o el tabaco moruno (Nicotiana glauca), al necesitar la influencia oceánica que suaviza las temperaturas, se han asilvestrado sobre todo en las zonas costeras, si bien hay excepciones en el interior peninsular. El árbol del Paraíso (Elaeagnus angustifolia), el cinamomo (Melia azedarach), el plátano de sombra (Platanus hispanica), el arce negundo (Acer negundo), algunos tarajes (gén. Tamarix), la falsa acacia (Robinia pseudoacacia), la acacia de tres espinas (Gleditsia triacanthos) y la acacia del Japón (Sophora japonica) llegan a formar rodales o bosquetes en algunos descampados, cunetas, medianas e isletas de vías de comunicación, frecuentemente favorecidas por el ser humano al usarse como plantas ornamentales. Además, algunas especies se asocian a bordes y cursos de agua, donde han encontrado una magnífica vía de dispersión y colonización. Ciertas especies de eucaliptos (gén. Eucalyptus), moreras (gén. Morus), pinos (gén. Pinus), chopos híbridos (Populus x canadensis) o mimbreras (Salix viminalis) se han beneficiado de las plantaciones hechas con fines comerciales. Así, desde sus zonas de plantación han ido dispersándose y colonizando otros medios. Además, en el caso de frutales como el almendro (Prunus dulcis), el guindo (Prunus cerasus), el peral común (Pyrus communis), el serbal común (Sorbus domestica), el granado (Punica granatum), etc., muchos animales han contribuido a su dispersión al trasladar sus frutos y semillas.
Son numerosos los beneficios que obtenemos de los árboles: producen oxígeno, purifican el medioambiente filtrando impurezas y metales pesados, frenan la erosión al sujetar con sus raíces el sustrato, limitan el impacto de la lluvia contra el suelo, favorecen la filtración de agua al reducir la velocidad a la que esta desciende, facilitan la precipitación reteniendo la humedad ambiental y del suelo, moderan la temperatura pues su presencia disminuye los cambios bruscos de frío y calor… Por otro lado, son de suma importancia como productores de madera, carbón vegetal, pasta de papel, resinas, flores y frutos, y como curtientes, tintóreos u ornamentales.
Además de información botánica, Arbolapp incluye citas literarias, refranes, curiosidades, anécdotas y referencias a la etimología de los árboles y a sus usos. Con esta perspectiva amplia, pretendemos que cuando el usuario se encuentre ante un árbol pueda interpretar mejor el paisaje que lo rodea, leer en sus hojas, cortezas, flores o frutos, y aprender de su porte, forma o edad.