Almendro (cast.); ametller (cat.); almendrondoa (eusk.); amendoeira (gall.); amendoeira (port.); almond (ing.).
El almendro se cultiva principalmente por su semilla, de la que existen numerosas variedades de cultivo, siendo España el segundo productor mundial después de EEUU. La almendra se consume cruda, tostada, salada o ahumada, pero también en la gastronomía como complemento de guisos y ensaladas, y sobre todo en pastelería para elaborar tartas, turrones, polvorones, mazapanes y un sinfín de dulces, herencia de la cultura árabe. También se extrae de ellas un aceite muy apreciado en cosmética y, al triturarlas, se obtiene una leche semejante a la de la horchata. Además, su cubierta verde sirve como forraje y su cáscara como combustible.
Su madera es rojiza, muy dura y no se agrieta con facilidad, por lo que es apreciada en ebanistería.
A veces genera una goma resinosa que manifiesta una enfermedad latente, la gomosis, que se produce como defensa ante agresiones de insectos y hongos. Esta se ha usado como sustituta de la goma de mascar y también en farmacia para aglutinar medicamentos antes de que existieran las cápsulas.
Por su espectacular y temprana floración también se cultiva a menudo con ornamental.
En la literatura, por ejemplo, podemos admirar la descripción de la floración que hace el novelista José Luis Sampedro en Octubre, octubre: «Se incendió aquel encaje de ramas. El almendro floreció de golpe. Me quedé sin razón, por mirar atónito, ante aquel fuego blanco de infinitos pétalos. Ardiente por su vibración. En eso consistía el milagro: en que, al estallar en flor, el almendro vibraba rapidísimo como un diapasón callado, obligado a ondular el universo».
También el escritor Juan Ramón Jiménez lo magnifica en Cuesta arriba: «¡Inmenso almendro en flor, blanca la copa en el silencio pleno de la Luna, el tronco negro en la quietud total de la sombra; cómo, subiendo por la roca agria a ti, me parece que hundes tu troncón en las entrañas de mi carne, que estrellas con mi alma todo el cielo!».
Podemos recordar la narración que hace el escritor Alberto Vázquez Figueroa en El mar de jade: «De todo cuanto Manolo me enseñó sobre el desierto, lo que más útil me resultó fue la forma de sobreponerme a la sed, y sobre todo al hambre, sin más ayuda que una almendra. —¿Qué pretendes decir con “una almendra”? —había preguntado Caragato. ¿Cómo puede nadie sobreponerse al hambre y a la sed con una simple almendra? —Chupándola. —¿Chupando una almendra? —se había asombrado su sobrino mayor—. Una almendra no tiene nada para chupar. Es una semilla dura que no se disuelve por mucho que lo intentes…».
En El duelo, el novelista ruso Anton Chéjov escribió: «—¡Querida mía! —exclamó, con grandes muestras de júbilo, al ver a Nadezhda Fiodorovna y dando a su cara una expresión que sus conocidos llamaban “expresión de almendra”».
Por otro lado, el dramaturgo madrileño Enrique Jardiel Poncela es el autor de Eloísa está debajo de un almendro. Esta comedia narra las peripecias de Fernando y su prometida Mariana, que se parece mucho a la desaparecida Eloísa, de quien se sospecha que está enterrada bajo un jardín de almendros.
En el lenguaje popular hay numerosos dichos y refranes que tienen al almendro como protagonista y de los que incluimos unos ejemplos. En castellano: «Ya florece el almendro y anuncio es de buen tiempo». En catalán: «Per Sant Valentí, l’ametller a florir» (por San Valentín, el almendro en flor). O este otro: «Per l’Ascensió no es ametlla ni ametlló» (por la Ascensión no es almendra ni almendruco).
Prunus era el nombre romano del ciruelo y el que se dio después también a las especies de frutos semejantes con un hueso; dulcis nos indica el sabor dulce de las almendras, si bien las hay amargas. Otros nombres científicos con los que se conocía al almendro y actualmente no se consideran válidos son Amygdalus communis L.y Prunus amygdalus Batsch. Amygdalus es de origen griego y significa ‘árbol hermoso’; de ahí derivan las palabras ‘almendra’ y ‘almendro’.