Alcornoque (cast.); surera (cat.); artelatz (eusk.); sobreiro (gall.); sobreiro (port.); cork oak (ing.).
La principal utilidad del alcornoque es la de su corteza externa o corcho, usado para multitud de fines, desde tapones y aislantes de todo tipo hasta la confección de ropa y calzado. Se trata de una importante alternativa económica en muchas áreas rurales con explotaciones corcheras. Un viejo refrán nos recuerda que «Alcornocales y pinares, plantaciones industriales». Así, el novelista catalán Eduardo Mendoza escribe un apunte sobre ello en Mauricio o las elecciones primarias: «A diferencia de otras poblaciones costeras, Sant Feliu no había vivido de la pesca, sino del corcho procedente de los bosques de encinas circundantes. Con el corcho se fabricaban tapones que permitían embotellar y exportar el vino y el champán de otras zonas de Cataluña. Más tarde, la competencia de la industria corchotaponera andaluza arruinó la economía de Sant Feliu hasta la llegada del turismo».
Además, la madera es buena como combustible y, por ser resistente a la humedad y la intemperie, se usa también para fabricar toneles y en la industria pesquera y naval. Por otro lado, la parte interna de su corteza se ha empleado para curtir pieles.
En el lenguaje popular o en la literatura el alcornoque tiene un papel destacado. Todos hemos oído las expresiones ‘cabeza de alcornoque’, ‘pedazo de alcornoque’ o ‘cabeza de corcho’, que aluden a una persona despistada o poco inteligente. Si decimos ‘¡corcho!’ o ‘¡córcholis!’, queremos expresar sorpresa o indignación. Un refrán español dice: «Al alcornoque no hay palo que lo toque si no es de carrasca que le casca».
En la literatura, por ejemplo en El Quijote, Miguel de Cervantes alude al alcornoque en al menos quince ocasiones.
El escritor y diplomático cordobés Juan Valera, en La cordobesa, escribió: «Entre las jaras, tarajes, lentiscos y durillos, en la espesura de la fragosa sierra, a la sombra de los altospinos y copudos alcornoques, discurren valerosos jabalíes y ligeros corzos y venados…».
Como curiosidad, comentaremos que existe un árbol americano de los llamados ‘de balsa’ (Ochroma pyramidale Cav.), cuya madera —no corteza— es aún más ligera. Una astilla flota mejor que un corcho por ser cinco veces menos densa que el agua, el corcho sólo cuatro. No obstante, es superada por la jacaratiá (gen. Jacaratia), un pariente de la papaya que es más bien un arbusto y que tiene una madera aún más ligera.
Una especie afín que menciona Flora Iberica es el marojo (Quercus cerris L.), que se ha naturalizado en el monte El Pardo (Madrid) y se hibrida con los alcornoques de la zona. Parece que se introdujo en tiempos de los Austrias. Es originario del centro y sur de Europa y del oeste de Asia.
El alcornoque aparece en los catálogos de flora protegida de las comunidades de Asturias, Baleares, Castilla-La Mancha, Madrid, Murcia, País Vasco y Valencia.
Quercus era el nombre romano de los robles en general y de su madera, y por extensión de todos los árboles que producen bellota. El origen del vocablo es celta y significa ‘árbol hermoso’. El epíteto específico suber era el que usaban también los romanos para nombrar al alcornoque.