Abeto, abeto común, pinabete (cast.); avet (cat.); izei zuria (eusk.); abeto (gall.); aveto-branco (port.); silver fir, European silver fir (ing.).
«Vario, a la luz del crepúsculo, escribía con rápido estilo, rasgando sin ruido la tenue capa de cera sobre el pulido abeto».
‘Vario’, Leopoldo Alas, ‘Clarín’En España se utiliza su madera fundamentalmente en carpintería y construcción, sobre todo para trabajos de interior, pues no aguanta bien la intemperie si no es tratada. También para la fabricación de esquís, y es muy estimada para construir instrumentos de cuerda como laúdes y guitarras al proporcionar unas estupendas cajas de resonancia.
La esencia de las hojas se emplea en perfumería, y su trementina, que era muy apreciada en la Antigüedad, se denominaba lacryma abietis o ‘trementina de Estrasburgo’.
Los taninos de su corteza se han empleado tradicionalmente en curtidos.
En cuanto a su simbología, en los países del centro y norte de Europa el pinabete es el típico árbol de Navidad, moda importada a España donde se usa con más profusión el abeto rojo, Picea abies (L.) H. Karst., que no es autóctono. En Grecia se consideraba al abeto el principal árbol del nacimiento en Europa, de manera que a la madre y al hijo recién nacidos se les purificaba simbólicamente después del parto pasando por encima una rama de abeto encendida. El famoso etólogo austriaco Konrad Lorentz dijo en su obra Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros: «Son los sentimientos los que han hecho del abeto el símbolo de la esperanza y las cosas que nunca pasan».
Como en la cita del encabezado, es normal que un árbol tan práctico y simbólico figure mencionado en la literatura. Aquí ponemos algunos ejemplos. En la literatura épica, en el anónimo El cantar de Roldán, se cita al abeto cerca de Roncesvalles, en Navarra, hasta donde quizá se extendía su área de distribución en la Antigüedad: «Llevan consigo unos cien mil sarracenos que se enardecen y se apresuran a la batalla. Van a armarse bajo un abetal». El médico y escritor escocés Arthur Conan Doyle, en su novela Memorias de Sherlock Holmes: La cara amarilla, describe un paisaje con abetos en boca de su protagonista: «Justo al final […] hay un hermoso bosquecillo de abetos, y a mí me gustaba pasear por allí, porque los árboles resultan siempre agradables». El escritor francés Julio Verne, en su novela dramática El Chancellor, habla de su resina: «La resina de la madera de abeto se encoge alrededor de los nudos, las costuras se abren y la brea licuada por el calor corre por el puente haciendo caprichosos dibujos según las exigencias de los balances». Finalmente reproducimos un fragmento de A Quintana, del poeta romántico Gustavo Adolfo Becquer: «Cuando escuché en mi tumba / insólita una voz, como el bramido / del mar al trueno unido, / como la voz del huracán que zumba / azotando las copas resonantes / de los abetos de Cronlá gigantes».
Abies es el nombre latino con el que se conocía a la madera de abeto; alba significa blanco, aludiendo al tono blanquecino de su corteza.