Listado de especies

Volver al listado

Phoenix dactylifera

Palmera, palma

Palmera, palma, palmera datilera (cast.); fasser, palmer, palmera (cat.); palma, palmondoa (eusk.); palma, palmeira (gall.); tamareira, tamara, palmeira (port.); date palm (ing.).

No autóctona

¿SABÍAS QUE…? El mayor palmeral de Europa está en Elche (Alicante) y está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Tiene más de 200.000 ejemplares y fue plantado por los musulmanes cuando se establecieron en la Península Ibérica.

DESCRIPCIÓN

Esta planta puede alcanzar los 30 m, aunque su tronco es delgado, 20-50 cm de diámetro, y a menudo con brotes desde su cepa, lo que lo diferencia de la palmera canaria (Phoenix canariensis), con la que se confunde habitualmente aunque es siempre de tronco único y más grueso. El de la palmera datilera está cubierto con las bases de las hojas antiguas y después quedan sus cicatrices, cuando aquéllas ya se han desprendido. Las hojas son persistentes, coriáceas, arqueadas, muy grandes y salen en penacho desde la copa a modo de cabellera. En la novela Entre naranjos, del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, se describe muy bien esta disposición: «Los grupos de palmeras, agitando sus surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo, cayendo después con lánguido desmayo…». Son de color verde azulado o verde grisáceo, a diferencia de las de su congénere. Miden 1-5,5 m de longitud y su estructura es pinnada. A cada lado del grueso eje se disponen numerosos segmentos (pinnas) plegados, rígidos y terminados en punta. Hay ejemplares macho, que producen el polen, y ejemplares hembra, que tras la fecundación forman los frutos (dátiles) que nacen en racimos en la base de las hojas. Cuando son verdes se asemejan a una bellota sin caperuza, pero al madurar se hacen carnosos, pardos y muy dulces. Tienen un hueso muy alargado en su interior con un surco longitudinal y, a menudo, con estrías transversales.

ECOLOGÍA

Crece en zonas secas, áridas o subdesérticas soleadas y arenosas, con frecuencia en suelos salinos, lo que indica la presencia de agua a gran profundidad. El periodista y escritor canario Alberto Vázquez Figueroa lo describe muy bien en su novela, Los ojos del tuareg: «Las palmeras suelen tener la cabeza en el fuego y los pies en el agua». Habita desde el nivel del mar hasta los 300 m de altitud, pues le afectan mucho las heladas.

DISTRIBUCIÓN

La palmera datilera habita de forma natural desde el sur de la cuenca mediterránea (Senegal y sur de Marruecos) hasta las costas de Pakistán. Es muy cultivada por sus frutos y por ser planta ornamental. Se ha naturalizado en el este y sur peninsular, sobre todo gracias a la dispersión de sus frutos que han propiciado aves y mamíferos, pero no se aleja mucho de la costa. No obstante, las hay plantadas incluso en Madrid, si bien estas especies que se encuentran en el interior peninsular están en el límite de resistencia a las heladas. Así nos lo recuerda el periodista y escritor Ramón Gómez de la Serna en Letanía de Madrid: «Madrid es lugar de pocas palmeras».

MÁS INFORMACIÓN

Las palmeras no son verdaderos árboles —en sentido estrictamente botánico— sino plantas arborescentes, ya que carecen de auténtico crecimiento secundario en grosor, aunque se incluyen tradicionalmente en este grupo. El tronco casi nunca se ramifica a media altura, aunque puede tener muchos brazos basales y está formado por grupos de tejidos fibrosos que se alargan pero sin engrosar nunca. Se conocen más de 200 géneros y cerca de 3000 especies en todo el mundo. En el caso de Phoenix dactylifera hay más de 600 variedades de cultivo, pues se viene domesticando desde hace unos 6000 años.

Aunque en Babilonia se decía que las palmeras tienen tantas virtudes como días tiene el año, su principal uso es el de la producción de dátiles, un recurso alimenticio insustituible para muchos pueblos de su área de distribución. No es ajeno a esta característica el escritor escocés James Baillie Fraser, quien explica en su novela Viaje a Persia: «Los dátiles, que constituyen en un sentido toda la producción del imán, no son sólo el alimento general del país, sino que el árbol que los produce es lo que da mayor valor a los terrenos donde crece, de tal modo que la tierra se estima por el número de palmeras que contiene, y se dice así que vale tres o cuatro mil palmeras, no solamente cuando existen esas cantidades de árboles, sino también a todo otro producto anual equivalente».

Tampoco desconocían las diferentes variedades de dátiles escritores amantes de la aventura como Domingo Badía en sus Viajes por Marruecos, o Julio Verne en La Invasión del mar. Por ejemplo, Verne escribe: «Además, el Djerid [Túnez] es el país de los dátiles, y cuenta con más de un millón de estos árboles, de los que existen 150 variedades, entre otras el dátil luminoso, que tiene la pulpa transparente, y es de calidad superior a los de otras regiones, gracias a la humedad que le presta la proximidad del mar […] —Para hablar así —replicó Nicol— es preciso no haber probado los dátiles del Djerid. Yo le daré a usted mañana uno, cogido en el mismo árbol, duro y transparente, y que, cuando se seca, forma una deliciosa pasta azucarada… Ya me dirá usted qué le ha parecido… Es sencillamente un fruto del paraíso terrenal, y siempre he creído que si Adán, nuestro primer padre, sucumbió, fue porque Eva, su compañera, le dio a probar un dátil y no una manzana». Y menciona también del vino de palma: «El suboficial y el cabo tuvieron allí la ocasión, que frecuentemente se les presentaba, de beber unos cuantos vasos de vino de palmera, esa bebida indígena conocida con el nombre de lagmi. Proviene de la palmera, a la que se le corta la parte superior para obtener el líquido, decapitación que supone la muerte del árbol; a veces la operación se limita a practicar incisiones que no dejan escapar la savia en tal cantidad que acarree el inmediato aniquilamiento».

También se usa para la restauración de ecosistemas arenosos y como pantalla cortavientos, y es a menudo plantada como árbol decorativo en avenidas, parques y jardines de clima benigno. Para los egipcios la palmera simbolizaba el año y los ciclos del tiempo, tal como aparece representada en los jeroglíficos. Además, sus hojas son usadas en cestería y como ornamento y distintivo del triunfo y la gloria. En la antigua Grecia se recibía a los héroes y vencedores moviendo hojas de palma. A partir de esta tradición deriva la cristiana de la palma y el Domingo de Ramos, previo a la Semana Santa. Por eso, en conmemoración de este día, los creyentes llevan ramas de olivo o de palma, como un símbolo de la fe renovada. En El Quijote, Miguel de Cervantes relata: «Tenía la cabeza sobre una almohada de brocado, coronada con una guirnalda de diversas y odoríferas flores tejida, las manos cruzadas sobre el pecho, y entre ellas un ramo de amarilla y vencedora palma». Aunque a Santa Clara le reverdecía la dorada palma en sus manos durante la celebración primaveral de las palmas. También el dicho popular «llevarse la palma» quiere decir que esa persona sobresale o merece un premio por su competencia. O «llevar en palmas o en palmitas» significa complacer y dar gusto a alguien.

El escritor cordobés Antonio Gala escribió en El imposible olvido: «Pero cerca de la casa de mis padres hay una palmera a la que llegan seis calles. Es, como poco, doblemente centenaria... Una raya apenas, vertical y flexible. Los días de vendaval se bambolea como si fuera a quebrarse. Tiene sólo unas cuantas palmas en su extremo. Es afilada, y de pequeño me parecía interminable: la miraba clavarse y casi desaparecer entre los cielos... Ya no está en el centro de la plaza: al construir, la dejaron a un lado... Cuando la veo, me viene siempre a la cabeza la frase de Abderramán I a la palmera de la Arruzafa en Córdoba: "Tú y yo somos aquí extranjeros..."».

Miguel Hernández escribió el poema Palmeras:

«… La luz madura en dátiles.
Bronces de cuellos,
de dromedarios
se ondulan en los valles…»

Las semillas de los dátiles se consideran entre las más longevas del reino vegetal, pues se han encontrado algunas en enterramientos de hace 2000 años que han germinado.

Existen palmerales muy extensos como los de Elche, pero además hay numerosos ejemplares monumentales repartidos por toda la geografía ibérica y balear, como los del Jardín de Murillo (Sevilla), los de la estación de ferrocarril de Jérica (Castellón), los de la plaza del Parque de Cullera (Valencia), el del monasterio de Herbón de Padrón (La Coruña), etc.

Flora iberica incluye a la palmera canaria (Phoenix canariensis Hort. exChabaud), endémica de las Islas Canarias, como planta que se naturaliza en algunos puntos del sur y este peninsular: Cádiz (Gibraltar), Murcia (Universidad) y Tarragona (Isla de Buda, en el Delta del Ebro). Tiene el tronco más grueso y rechoncho y el color de las hojas es verde intenso. Sus dátiles son más pequeños, con más hueso y poca carne. Aunque maduros se pueden comer, se usan como forraje del ganado.

Desde antiguo se ha considerado a esta planta el más elevado símbolo de la renovación de la savia y por eso se la llamaba fénix, de tal modo que a la Fenicia, tierra de palmas, se debe esta designación. Es por ello que Phoenix fue el nombre elegido por Linneo para nombrar a las palmeras comunes. El epíteto específico dactylifera quiere decir ‘portadora de dátiles’, en tanto que el epíteto canariensis indica que es endémica de las Islas Afortunadas.